Viaje 1980, apuntes

Sevilla, la más andaluza de las capitales, en la que ver un macuto por la Plaza Nueva es motivo de risa y de ofensa regional. Sevilla parece estar siempre haciendo de tripas corazón. Allí se rinde culto a las flores y se pasean turistas en carros de caballos.
Tiene una Giralda increíblemente engañosa, “sin escaleras – subida fácil” rezaba el cartel, y fáciles fueron los cinco primeros pisos, pero el resto… hasta las campanas fueron muchos aunque no los conté. Las rampas que me subían a la cúspide, tocaban, en casi cada una de las cuatro caras de la torre, con el vértice izquierdo del descanso horizontal,  el suelo de los balcones laterales. Toda la torre en ladrillo, como todos sabemos netamente árabe, pero con las paredes llenas de grafitis netamente españoles.
Arriba, debajo de las campanas, de las grandes y de las chicas, teníamos una perspectiva casi completa de lo que era la ciudad…  Justico abajico la Catedrá, zona antigua de la ciudá, iglezia, más iglezia, un poquico de Guadalquiví y construzione nueva más allá…
Bajando la Giralda me cerraron la catedral y me quedé sin verla, fue un duro golpe a mi devoción religiosa. Andando andando me metí en el Barrio de Sta. Cruz, bonito, agradable, silenciosamente tranquilo (turistas aparte). Residencia de los Venerables, perdiéndome por la estación y apareciendo en los Paseos de Catalina de Rivera, cerca de los jardines del Alcázar, despacio, como sin prisa y andando con donaire (dentro de lo que permite el cansancio, el calor y la sed implacable). Siguiendo la Avda. del Cid y cruzando la de Portugal, se llega a la Plaza de España, con sus dos torres, La Norte y La Sur, plaza en semicírculo con un pequeño canal navegable y un derroche inimaginable de cerámica e historia en la representación de las Provincias españolas. En su isla de los pájaros unos niños dan de comer barquillo al enjaulado buitre, y más al fondo, en un rincón del jardín, ¡que sorpresa!, cuatro bancos y una fuente central, si, ya lo sé, que no es para tanto, pero todo ello en cerámica como siempre y lo curioso, azulejos incrustados, llenos de refranes, ¡muchos refranes!
“El infierno está lleno de buenos deseos”, “Contra pereza tranca gorda”, “Caricias de suegra, halagos de gata”, “Lágrimas de herederos mojan poco”, etc. etc. Todos ellos buenos y algunos muy buenos.
Saliendo al Paseo de las Delicias que bordea el Guadalquivir que ya viene herido de la polucionadora muerte, se baja hacia el puente de San Telmo, hacia la Torre del Oro, ya restaurada y a estas horas cerrada. Metiéndome en el Paseo de Cristóbal Colón y burlando la Plaza de la Maestranza, regrese al hostal sinceramente agradado y cansado, en donde me dormí tan pronto me lo permitieron mis dolores.
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Tañía una guitarra en el patio de la pensión Madrid, a dos pasos de la plaza San Antonio de Cádiz, cuya hermosa bahía crucé por un puente viniendo se Sevilla.
Fue Cádiz una entrada larga larga, a la derecha el puerto, a la izquierda la playa, muy limpia y de aguas muy claras, según me decían, pero yo no la vi, tan solo vi el horizonte en el mar, tan azul como el cielo.
Más entrada la tarde y tras buscar la central telefónica persiguiéndola por esas pequeñas calles llenas de peatones tranquilos que van y vienen como sin prisa, mirando escaparates, otros sentados en las terrazas viendo a sus vecinos pasar, y algún par de ellos, rara vez, arreglando el mundo en un breve encuentro, me di de sopetón con la Plaza de España y su monumento a La Constitución de 1812.
Ya en éste punto me vino la noche lentamente y sin avisar, entrándose por el paseo marítimo, un paisaje de muy difícil descripción… un barco pequeño, con las luces de estribor encendidas. Estaba anclado un poco más acá del horizonte y le apadrinaban una fina línea de nubes desparramadas sobre él. ¡Que maravilla de luz!, desde el ocre, pasando por el tierra siena más claro, casi blanquecino, hasta que pasando por el azul llegaba al oscuro ocaso.
Girando la cabeza, donde sabía que estaba el mar, oscuridad muy negra salpicada de puntos lejanos de luz artificial.
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Algeciras fatal.
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El auto-stop es prácticamente imposible “excepto para soldaditos”. Después de seis horas tomando el sol y gracias a unos extranjeros que me dejaron en Estepona pude coger un autobús a Málaga.
Con 7000 – 2000 = 5000 pesetas, a 500 pesetas diarias me quedan 10 días de viaje, con lo que me sitúo en el 29 de Septiembre como máximo, que ya habré de estar en casa. Como mínimo mañana mismo.
Es sábado y estoy atrapado en Málaga. Perdí la noción del tiempo y no me di cuenta de que ni sábados ni domingos podría sacar dinero. Me quedan 450 pesetas, tengo la noche solucionada, por lo que mañana será un día de avanzada, con el dinero aproximado para pasar la noche del domingo.
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El camino hasta Nerja fue costosísimo. Una chica me llevó hasta el Rincón de la Victoria y desde allí un chico en tres veces que me dejó y me cogió, pues iba haciendo recados, me acercó hasta Nerja. El camino fue de tanto calor, polvo, sudor y mierda que no pude resistir acercarme a la playa y a pesar de su difícil acceso y de las piedras, bajé y me bañe. Fue un gustazo estropeado por la vegetación marina que picaba más que las piedras, y hasta los pececillos pequeños, poco acostumbrados a estas visitas, venían hasta mis pies y me picoteaban (tuve miedo de que viniesen sus padres). En cuanto me refresqué salí del agua comí y allí, a las afueras, seguí con el dedo en alto.
Hube de volver a dormir a Nerja y al día siguiente, desesperado de la carretera, compré billete para Almería.
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En el autocar camino de Almería conocí a un chico también desesperado de la carretera, avalés de Ávalos (Logroño) vinicultor, con quien dormí junto a un amigo suyo en el camping de Almería. En el viaje ya me di cuenta del poco tráfico de la carretera que presagiaba una capital pequeña como así fue.
Visto el éxito del autostop llegué a la conclusión de dado que la meta era Ibiza, lo mejor sería dejar de gastar el tiempo y cambiar tiempo por dinero, y por 625 pesetas un autocar me llevó hasta Valencia.
Me llamó mucho la atención el desierto Almeriense que parecía llegar hasta la entrada de Murcia. Fue curioso ver, aunque de lejos los pueblos del legendario “Oeste” porque otros no había, salvo alguna casa bar pegada a la carretera y muy de cuando en cuando un pueblecito con las guindillas a secar al sol en las fachadas de las casas.
Es una zona muy montañosa, pero de montañas de constitución parecida a los Montes de Toledo, de arena apelmazada con piedras pequeñas, pero mucho más altas y de forma parecida a Navacerrada, pero sin granito. Por toda vegetación pequeñas matas de esas que no levantan más de un palmo del suelo, de color seco, que quizá sea su color natural. De vez en cuando una chumbera o un grupo de ellas, y como por milagro alguna palmera viniéndose a pique.
Acercándonos a Murcia unos agricultores escalonaban la falda de la montaña poniendo una extraña empalizada con alambres que cubrían con plástico. Había más estructuras semejantes concluidas y abandonadas, tal vez por no dar resultado su intento.
Pasado Murcia vi artefactos parecidos para enredar parras, pero dudo que de aquella tierra logren algo.
Fue cambiando el paisaje, conforme nos alejábamos de aquellas montañas aparecía una llanura cada vez más fértil hasta llegar a Valencia.
Todo ello visto desde el autocar y sin conducir que es como mejor se ve. Me pasó por primera vez en mi vida que sintiera principios de mareo a causa de ir sentado en los últimos asientos.
De Nerja a Almería la carretera es increíblemente curvosa y peligrosa, preciosa, bordeando el mar con acantilados continuos y sin ningún sitio donde poder parar a un autoestopista.
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Estoy en Valencia, en una pensión, y estoy pensando que como en mi casa en ninguna parte. Es una habitación fría, extremadamente sobria y absolutamente impersonal. Aparte de eso son 216 pesetas desayuno incluido, tan cara como un hostal.
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Pues sí, estoy en Ibiza con poco dinero. Han sido 8 horas de travesía en silla de toldilla por 257 pesetas que incluyen el frío.
Estoy en Casa Gema “solo habitaciones” por 80 pesetas diarias, ¡increíble!, y está mucho mejor que otros hostales que visité. Pues bien, San Antonio, lugar de mi aposento, es un sitio que debe ser bonito, y digo debe, porque yo ya tengo tal atracón de viaje que no distingo. Hay muchas discotecas en las que si, realmente tuviese ganas de visitar alguna, unos pantalones de pana sucios, una camisa maloliente  y unas botas militares casi blancas no representarían ningún obstáculo.
Se alquilan coches, motos, vespinos y bicicletas, más a mi no me apetece nada.
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Hoy he estado en Formentera, dos horas de barco para ir y otras tantas para volver. Son las 20h 20´ y he hablado tres veces en el día, la primera para pedir el billete, la segunda para pedir una cerveza y un bocadillo de chorizo y la tercera para pedir otra cerveza y un bocadillo de sardinas, dieta variada.
Formentera es de esas islas que dicen preciosas. Yo estaba tan harto que cuando baje del barco ya estaba deseando volver y mientras todo el mundo cogía el autobús para ir a la playa o alquilaba bicicletas o vespinos yo me puse a andar bajo el sol de la carretera, para no perder la costumbre, y cuando me cansé, que fue tarde, me senté bajo el único pino que vi, eso si, era enorme, y en cuanto al agua del mar para bañarme solo, prefiero la ducha que tiene menos sal.
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Tengo que reconocer que éste viaje ha tenido sus fallos:
  1. La falta de una compañía.
  2. Demasiado largo y de poco descanso.
  3. De muy poco dinero.
Mañana sábado iré a Ibiza, la visitaré y sacaré “silla de toldilla” para el domingo y en cuanto llegue a Valencia veré la manera de volver a Madrid.

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